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Perdonar no es solo un acto de altruismo: es también la mejor forma de interesarse por uno mismo.
Dr. Desmond Tutu, Sud-àfrica
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¿Qué es el perdón?
El perdón es la capacidad de recuperar la paz mental después de que algo nos haya molestado o dañado. En la vida es inevitable que nos sintamos heridos en algún momento. De hecho, cuanto más complejo y más interconectado está el mundo, más posibilidades de conflicto aparecen. Ante las ofensas o conflictos, podemos decidir responder con ira y rencor o con perdón.
Perdonar no implica olvidar, pues no sería justo y significaría que estamos condenados a repetir esa situación. No se trata de hacer ver que no ha pasado nada, sino más bien de adoptar la actitud de soltar, de abandonar las ideas destructivas respecto a lo sucedido porque sabemos que esto no hace sino aprisionarnos a nosotros mismos y a quien nos ha ofendido en un círculo vicioso de recriminación y culpa.
Cuando el deseo de reconciliación y de paz es más fuerte que la ira y el dolor, el perdón brinda una oportunidad para empezar de nuevo.
Pedir perdón significa, ante todo, lamentar profundamente lo que hemos hecho, sin por ello maltratarnos a nosotros mismos con la culpabilidad (no hay nadie perfecto), así como tener el deseo de reparar el daño que hayamos podido hacer. Supone un compromiso firme con nosotros mismos, en el sentido de que decidimos vigilar con atención nuestro comportamiento para que esa situación no vuelva a repetirse.
¿Cómo contribuye a nuestra felicidad?
Nos ayuda a estar mejor con nosotros mismos y a recuperar la paz mental.
Podemos pasar página con respecto a etapas o episodios concretos de nuestra vida.
Nos permite dedicar toda nuestra energía al presente, sin que una parte de nosotros vuelva a pensar una y otra vez en lo que ocurrió, en lo que hicimos, etc.
Nos liberamos de emociones tan negativas para nosotros mismos como el rencor, el deseo de venganza o la ira.
El hecho de pedir perdón nos acerca a nosotros mismos, a nuestra vulnerabilidad, nos hace salir de nuestra burbuja protectora. Es importante que la actitud de pedir perdón vaya acompañada de un arrepentimiento real y sentido, que no sean palabras vacías de contenido motivadas por el miedo a perder el aprecio de los demás. Si la motivación de pedir perdón es realmente sentida, la otra persona puede llegar incluso a sentir compasión hacia nosotros. Esta forma de comunicarnos nos fortalece y contribuye a crear relaciones auténticas.
¿Cómo podemos desarrollarlo?
Reflexionando sobre el daño que producen el resentimiento y el rencor, y sobre cómo estos sentimientos perpetúan el sufrimiento y amargan la existencia.
Entendiendo que todos cometemos errores en un momento u otro de la vida. Hay que tener valor para enfrentarse a la verdad.
Pensando que, al perdonar, estamos dando a la otra persona una nueva oportunidad, como nos gustaría que hicieran con nosotros.
Aprendiendo a perdonarnos también a nosotros mismos. Dejando de castigarnos y de sentirnos culpables por haber hecho algo que ahora lamentamos. Teniendo una actitud compasiva hacia nosotros mismos y tratando de aprender de esa experiencia.
Recordando siempre que las relaciones humanas son complejas y están en constante cambio. Entendiendo que perdonar no es fácil, pero que si queremos ir más ligeros por la vida, no tenemos alternativa.
No confundiendo perdonar con olvidar o con dejar de poner límites.
Analizando sin obsesionarnos qué es lo que ha pasado exactamente y de dónde procede nuestro dolor. Tratando de ver los hechos desde la óptica de quien nos ha ofendido, así como los motivos que podría tener para comportarse como lo hizo.
Comprendiendo que, cuando hemos ofendido a alguien y sentimos una carga en nuestro interior, pedir perdón nos sirve para empezar a recuperar el equilibrio. Recordando también que con las disculpas no es suficiente, y que se precisa una actitud vigilante para evitar volver a caer en la misma situación y crear un hábito doloroso.
Pedir perdón significa asumir la responsabilidad de nuestros actos, ser conscientes de la importancia de estar atentos a cómo se desencadena cada una de nuestras acciones. Es preciso entender la importancia de cultivar espacios de calma para poder intervenir y no dejar que se repitan hábitos de forma casi automática.
Pedir perdón implica, además, una voluntad de reparar el daño que hemos hecho, de la forma más sabia y creativa de que seamos capaces, implicándonos de corazón.